martes, 29 de julio de 2008


HA OLVIDADO EL PAN, EL AGUA, Y A SU MISMA MADRE OLVIDA, QUE NI ME VE NI ME HABLA NI DE MIRARME SE CUIDA.
(MIGUEL HERNÁNDEZ: EL LABRADOR DE MÁS AIRE)


Y sigo con el temita de crítica de cine. Así que pongo a Hancock en la palestra y me lanzo a expresar mi opinión.

La película dura unos 92 minutos. De los cuales le sobra algo más de la mitad, o, según considero, el guión tira por unos derroteros que no desarrollan todas las posibilidades que la primera mitad del filme promete.

Empiezo a ver Hancock y me digo: "¡Por fin un superhéroe cínico, desmemoriado, vividor 'a su manera', alcohólico, mujeriego, incapaz de controlar sus poderes, odiado por sus convecinos... una perla, vamos." Y no es que me carcajee a mandíbula batiente (siempre pueden los efectos especiales, muy bien elaborados por supuesto), pero no se me despega la sonrisilla. Pero, ¡oh, ah!, tiene que pasar lo que pasa en todas estas películas americanas: ¡el héroe antihéroe tiene que redimirse! ¡Qué manía con la redención! Pues nada, le ponemos en su camino a un humano con muy buena voluntad y nos cargamos el invento. A partir de que, por fin, los servicios de Hancock son reclamados por las autoridades, el filme pierde fuelle y se convierte en un drama íntimo sobre los orígenes del personaje (el "House" de este mundillo) y su relación con, por el momento, la única superviviente de su especie, una guapísima Charlize Theron. Por desaprovechar, se desaprovecha hasta el juego que puede llegar a dar el villano gili y psicótico. Y el final... noñez suprema, con ese logotipo cardíaco en la superficie lunar.

Hancock, te prefería cuando eras un cabrón.

En fin... un producto para pasar un ratito en verano, confirmar a Will Smith como rey de la taquilla y no como príncipe de Bel-Air y poco más.

Y a la espera de la segunda parte, que seguro que la habrá.

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