martes, 17 de junio de 2014

SOLAMENTE AQUEL QUE CONSTRUYE EL FUTURO
TIENE DERECHO A JUZGAR EL PASADO.
(FRIEDRICH NIETZSCHE)

Con un cierto retraso (asistí a lo proyección de esta película el mismo fin de semana de su estreno), comento, desde mi más que reconocida ignorancia del universo Marvel, la última película de Bryan Singer sobre los mutantes y sus fluctuantes emociones, X-Men: Días del futuro pasado.

Reconozco que las peripecias de este amplio grupo de personajes, al que he llegado, como en otros casos, a través de cómics recopilatorios de los años 60 y 70, me resultan de los más atractivas, quizá por el hecho de que es no es difícil conectar con algún que otro miembro de este variopinto equipamiento y de que, en ocasiones, mis personales mutaciones me han acercado psicológicamente a los elegidos como favoritos (qué curioso, a mí Lobezno ni fu ni fa). Pero ahí acaba toda clase de afectividad, ya que la lectura de estos tebeos, de cualquier hijo o hija de Stan Lee, al final, se me hace muy cuesta arriba y la abandono hasta mejores fechas del futuro.

Así que me voy a limitar a enumerar aquello que más me ha gustado o impactado del largometraje (que, por informaciones ajenas, sé que se aleja en varios grados del argumento del cómic en el que se inspira), no sin antes concluir que, en general, este es un filme digno de disfrutarse en la gran pantalla.

Lo mejor, sin duda, las escenas con el veloz Mercurio (Evan Peters). En concreto, la que tiene lugar en los sótanos del Pentágono, cuando deciden liberar al joven Magneto (Michael Fassbender), la considero la más espectacular de todo el largometraje y, tal vez, de toda la saga. Igualmente destaco el clímax final, el momento en que Magneto ataca la Casa Blanca (lo que les gusta a los cineastas americanos destruir este emblema del poder político; ¿para cuándo algo similar en nuestra cinematografía?) empleando como arma arrojadiza un estadio de béisbol.

Lo peor, y aquí prima quizá mi subjetividad más exacerbada, es que echo en falta que le dediquen más tiempo a los apocalípiticos acontecimientos del futuro, equilibrándolos de esta forma con los del incierto pasado. Y, lo siento muy mucho, no pude evitar que, cada vez que aparecía el personaje del científico Bolivar Trash (Peter Dinklage), mi mente me condujera hasta el Tyrion Lannister de Juego de Tronos. Qué le vamos a hacer.

¡Hasta pronto!