sábado, 5 de julio de 2008


ERA UN AIRE SUAVE, DE PAUSADOS GIROS;


EL HADA HARMONÍA RITMABA SUS VUELOS;


E IBAN FRASES VAGAS Y TENUES SUSPIROS


ENTRE LOS SOLLOZOS DE LOS VIOLONCELOS.


(Rubén Darío)




Y como lo prometido es deuda, aquí van las otras quince películas musicales que merecen ser vistas y disfrutadas:




Un día en Nueva York (1949), de Stanley Donen y Gene Kelly. Otra gozada, esta vez con la Gran Manzana como escenario. Impagables Gene Kelly y Frank Sinatra, de marineritos de permiso.




El fantasma de la Ópera (2004), de Joel Schumacher. Barroquismo musical en estado puro. Mejor que la versión doblada al castellano, visionad el filme en versión original. Gana muchísimo.




Grease (1977), de Randal Kleisar. Oh nostalgia, mi primer musical y quizá la banda sonora que más veces he tarareado. John Travolta y Olivia Newton-John se fijaron como dos de mis primeros mitos. Chapicoa, chapicoa...




Hair (1979), de Milos Forman. Alucinante y con letras políticamente incorrectas. Un canto al amor, a la paz y a la libertad. Imprescindible.




Hairspray (2007), de Adam Shankman. Canciones y bailes en esta comedieta que, con una estética impagable, resulta una reivindicación de la tolerancia. Las diferencias nos acercan.




Hello, Dolly! (1969), de Gene Kelly. Con una Barbra Streisand celestinesca que acaba "celestineada" y un genial Walter Mathau, actor que no debe caer en el olvido. La canción que da título al filme, todo un clásico.




Jesucristo Superstar (1972), de Norman Jewison. El argumento más veces narrado, ahora en prisma hippy. Toda una revelación en su momento que continúa ganando adeptos, con independencia de las creencias de cada cual.




La leyenda de la ciudad sin nombre (1960), de Joshua Logan. Un musical ambientado en el Far West con dos duros de Hollywood en plan cantarín: Clint Eastwood y Lee Marvin. Sólo por ello hay que verla.




Moulin Rouge (2001), de Baz Luhrmann. Todo un cóctail explosivo, con imágenes frenéticas y canciones archiconocidas adaptadas para la ocasión. El Bien (Christian-Ewan McGregor) y el Mal (Satin-Nicole Kidman) se enamoran. Desde el principio se conoce el desenlace, pero aquí lo que importa es el envoltorio.




My Fair Lady (1964), de George Cukor. El mito clásico de Pigmalión con una hermosísima Audrey Hepburn (¡ojo a la transformación de patito feo a cisne, ya quisieran tantas Bettys!). La lluvia en Sevilla es una pura maravilla.




El otro lado de la cama (2002), de Emilio Martínez-Lázaro. Había que incluir alguna película española que se saliera de los cánones de lo puramente folklórico. Canciones ochenteras y un elenco actoral que consigue la permanente sonrisa. Un placer.




The Rocky Horror Picture Show (1975), de Jim Sharman. El musical más incorrecto de todos los tiempos. Con Tim Curry en el papel de un vampiro transexual y una jovencísima Susan Sarandon como mojigata que, finalmente, es seducida por el ¿Mal?. Esta película tiene legiones de admiradores.




Siete novias para siete hermanos (1954), de Stanley Donen. Otro argumento tomado de la antigüedad, el rapto de las Sabinas, pero trasladado al Far West. Impecable musical.




Trabajos de amor perdidos (2000), de Kenneth Branagh. ¡Shakespeare! ¿Podía alguien osar a tal atrevimiento? Pues sí. Y, encima, con excelentes resultados.




West Side Story (1961), de Robert Wise y Jerome Robbins. También es Shakespeare (Romeo y Julieta dan mucho juego), pero adaptado a los tiempos. ¡Todo es posible en América!




Y ya está.


Lo dicho. Si os decidís por alguna o algunas de estas películas, que sea para bien.






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