martes, 3 de noviembre de 2009


UN MUNDO COMO UN ÁRBOL DESGAJADO.
UNA GENERACIÓN DESARRAIGADA.
UNOS HOMBRES SIN MÁS DESTINO QUE
APUNTALAR LAS RUINAS.
(BLAS DE OTERO)

Adolezco de tardanza desmesurada, lo reconozco y entono el mea culpa. Y, nuevamente, pido disculpas por mis abducciones granadinas.

Hoy, perráncanas y perráncanos insignes y misericordiosos, os comento la que, quizá, sea la película que más me ha gustado de las últimas que he podido visionar. Me refiero a El imaginario del doctor Parnassus, dirigida por uno de mis realizadores favoritos: Terry Gilliam. Siempre he seguido de cerca la obra de este imaginativo realizador y he de admitir que ésta resume a la perfección todo su imaginario. No desvelaré muchos detalles del filme porque deseo fervientemente que os lancéis a cualquier sala donde se proyecte y la disfrutéis.

Lo que Terry Gilliam ofrece es un compendio absoluto, refrendado por unos magníficos efectos especiales y una estética barroquizante, de su eterna obsesión por el enfrentamiento entre el Bien y el Mal, con sus difusos límites y sus paradojas ad hoc. En efecto, la impresión que me dejó no fue la de asistir a un espectáculo novedoso, aunque admito que, para que alguien me convenza con un discurso repetido hasta la saciedad, hay que ser un genio (como indiscutiblemente lo es Terry Gilliam).

Mención especial merece la forma en que se ha resuelto la ausencia de Heath Ledger. Su personaje adquiere cuatro rostros que permiten el juego barroco de las apariencias, de los espejos. La colaboración de Johnny Deep, Jude Law y Collin Farrell permiten una lectura mucho más compleja de nuestro universo anímico.

He leído críticas demoledoras hacia esta película de Gilliam. Le acusan de autocomplaciente, de mirarse el ombligo, de onanista desmesurado. Pues, por mi parte, señor Gilliam, puede usted continuar tocándose sus partes. Se lo agradeceré eternamente.

Un saludo, buena gente perráncana.


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