sábado, 3 de julio de 2010


¿POR QUIÉN SUENAN LAS DULCES CANCIONES?
¿POR QUIÉN SE CANTAN LOS LINDOS ROMANCES?
(DIEGO DE SAN PEDRO)

Comienza el estío. Y se presenta con alguna que otra preocupación en lontananza. Por lo demás, y simplificando al máximo, considero que mi primera etapa granadina arroja un balance bastante positivo.

En estos últimos días he vuelto a leer la obra teatral vanguardista Salomé, de Oscar Wilde, que recoge, sin duda, el que es uno de mis mitos bíblicos favoritos, pues conecta a la perfección con mi particular inclinación hacia el decadentismo, el malditismo, la obra de Caravaggio y sus plásticas decapitaciones (¡Oh Medusa después agusanada por Rembrandt!), el goticismo inglés y los poetas parnasianistas y simbolistas franceses.

¿Cómo no ver en ese beso necrófago un destello de clamoroso vampirismo mediante el cual el amor lúbrico trasciende la vida y la muerte? Salomé roba de la boca del Bautista un aliento que, en vida, clamó contra los abusos del poder. Y Salomé eleva este hurto a la categoría de la esencia del Mal que halla en la Mujer el ataque beligerante de la pasión.

¿Cómo no desear haber asistido a aquel momento finisecular en el que se tambalearon todas las convicciones y convenciones, en el que unos iluminados superaron los límites de la razón y del espíritu?

La Voz. Siempre la Voz. Y Selene transmutada. Pero esta prohibido contemplarla. La joven Virgen ya preludia el desenlace impúdico, únicamente repudiado por medrosos incapaces de aceptar que anhelan mancillar sus dedos con la sangre de la Voz. Pues nunca hubo inocentes: la Bondad también reclama la sangre de los malevolentes. La Luna danza entre las tinieblas de su luminosidad.

Por ello, el desenlace fatal me agrada sobremanera. Una vez más, Eros y Tánatos aúnan sus inquietudes tragicómicas.

Ralladura mental literaria. Menudo veranito os espera, perráncanas y perráncanos.

¡Ah! Y no quiero olvidarme de lanzar el siguiente mensaje: ¡Mucha fuerza, Paulus!

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