miércoles, 20 de agosto de 2008


¿POR QUÉ DAN MENOS TRISTEZA LAS TUMBAS ANTIGUAS QUE LAS MÁS RECIENTES?

(GIORGIO BASSANI: EL JARDÍN DE LOS FINZI-CONTINI)


Le llega el turno a El caballero oscuro (2008), dirigida por Christopher Nolan, el enésimo acercamiento al personaje de Batman. Me veo en un brete, porque todo lo que he leído y visto no hace más que corroborar lo que pienso de la película y no voy a poder aportar nada original.

No obstante, quiero dejar constancia de que me parece, hasta la fecha, el mejor filme realizado sobre este particular héroe (sin desmerecer las dos entregas iniciales ochenteras de Tim Burton, fruto de una visión muy personal y de una mentalidad tremendamente particular que yo siempre he admirado y envidiado). Incluso llego a considerar que con esta película se redimen del innecesario Batman Begings de hace unos años.

Vamos, que hasta me he creído a Christian Bale embutido en la personalidad de Bruce Wayne-Batman, hasta hoy el escollo que más me chirriaba: la elección de los actores que habían de encarnar a mi super-héroe favorito.

Pero (siempre hay un pero), el verdadero rey (y no bufón, a pesar de su papel) de la función es Heath Ledger: indudablemente su recital como el Joker va a convertirse en una de las aportaciones más geniales a este imaginario. Y da miedo, mucho miedo, porque nos ofrece a un psicópata y sociópata, cuyo único objetivo es sembrar el caos (¡por fin un malvado que no necesita justificar lo que hace!), en pleno estado de gracia. Imborrable el enfrentamiento del Joker con Batman en las dependencias de la policía, como imborrable el acto de seducción hacia el mal que comete en el hospital con el fiscal Harvey Dent (Aaron Eckhart), a puntito de convertirse en el villano Dos Caras. Por cierto, alucinante la caracterización lograda con Two Faces, aunque me quedo con la del Joker, tan sólo alcanzada con unos pésimos trazos de maquillaje.

Hasta me atrevo a decir que, en esta película, lo menos importante son los efectos especiales (que también los hay, oiga, y muy buenos). Lo que merece la pena es comprobar que la frontera entre el Bien y el Mal es muy frágil y que, además, en ocasiones es imposible distinguir estos conceptos (se aproximan tanto que incluso se confunden). Ni siquiera me afecta que la función dure dos horas y media.

En resumen: de alu-cine.


Para acabar, inicio una breve sección en la que recuerdo y apunto los mejores detalles que, desde mi lacerado juicio, han contribuido a mi pasión por el séptimo arte.


Detalle "¡Qué pedazo de actor!": Ya lo he dicho. Impagable la creación del Joker que nos ha regalado el malogrado Heath Ledger en El caballero oscuro (2008). ¡Óscar póstumo ya!

Detalle "¡Qué pedazo de actriz!": Si Annette Bening me resultó simplemente genial en American Beauty (1999), de Sam Mendes, igualmente se sale en Recortes de mi vida (2006), de Ryan Murphy, interpretando a una trastornada (personalidad bipolar) madre.

Detalle "¡Cuánto sugiero con tan poco!": El baile-contoneo-sonrisa final que Lauren Bacall dedica a Humphrey Bogart en Tener y no tener (1945), de Howard Hawks. ¡Los pelos como escarpias me se ponen ante tal magnitud de sensualidad!

Detalle "¡Vaya cosa que te he dicho!": Cada vez que escucho a Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) decir "Quid pro quo, agente Starling", en El silencio de los corderos (1991), de Jonathan Demme, saltan chispas a mi alrededor.

Detalle "¡Qué estupidez de lagrimita!": Mira que he visto veces la película ¡Qué bello es vivir! (1946), de Frank Capra, y que me sé el final punto por punto, pero ¡qué emotiva la escena en la que James Stewart (otro pedazo de actor) se reconcilia consigo mismo y con el mundo!


¡Basta por hoy!

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