miércoles, 13 de agosto de 2008


¡DIVINIDAD DEL INFIERNO!... CUANDO LOS DEMONIOS QUIEREN SUGERIR LOS MÁS NEGROS PECADOS, PRINCIPIAN POR OFRECERLOS BAJO LAS MUESTRAS MÁS CELESTIALES.

(RÉPLICA DE YAGO EN OTELO, EL MORO DE VENECIA,
DE WILLIAM SHAKESPEARE)


Adoro a Shakespeare. Es de los pocos (¿o acaso el único?) que eleva las pasiones humanas a la categoría de pulsiones divinas, en el sentido no judeo-cristiano del término. Los personajes de Shakespeare integran un nuevo Olimpo de conductas extremas, al que han accedido después de destruir las ambigüedades de su humanidad.

Valga como ejemplo el verdadero protagonista de Otelo, el alferez Yago, renovado Hermes, cuyas mentiras ensangrentarán en profana eucaristía todas sus ansias de realización. Yago no ama, Yago manipula, Yago destruye... ¿sólo por envidia?, ¿sólo por medrar?... ¡No! Yago halla en sus acciones la complacencia de saberse, por encima de las debilidades humanas, un ser superior que, incluso, en su más recóndito pensamiento, se sabe también víctima propiciatoria. Yago es superior a cualquier logro temporal, porque él lo que persigue es reafirmar su inmortalidad.

Leed a Shakespeare, degustad cualquiera de sus obras. Salpicaos con la sangre de los superiores.

¡El teatro de Shakespeare es la liturgia de los condenados!

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