viernes, 7 de enero de 2011


CUANDO LOS INDIVIDUOS
SE ENFRENTAN AL MUNDO CON TANTO VALOR,
EL MUNDO SÓLO LOS PUEDE DOBLEGAR MATÁNDOLOS.
Y, NATURALMENTE, LOS MATA.
(ERNEST HEMINGWAY)

Tranquilidad, perráncanas y perráncanos, que la razón de la cita se debe a que he querido reflejar algo del espíritu que hallé en la primera película que he visionado en este 2011: Balada triste de trompeta, del inefable (y algo repetitivo) Álex de la Iglesia. Y, como uno de los propósitos de año nuevo (qué original soy), es ser lacónico, daré tres razones por las que hay que ver el filme y tres por las que no.

Razones por que sí:

1. El inconmensurable Carlos Areces (¡cómo se merecía ya un papel protagonista!). Este señor es un todoterreno del que, desde que lo descubrí en su faceta como actor en Muchachada Nui y como dibujante en El Jueves, me considero fan incondicional. Como bien apunta la película en un alarde de originalidad (también Álex va sembrado), la belleza está en el interior.

2. Los impagables títulos de crédito iniciales, a golpe de saeta, que resumen a la perfección unos cuarenta años de la historia, tanto en sus glorias como en sus penalidades, de este territorio conocido en los mapas por España. Y el empleo (motivo que se une al siguiente) de hechos históricos en la trama del largometraje.

3. Los incuestionables toques de humor negrísimo que se permite el director en la mejor línea de las que considero sus mejores obras (Acción Mutante, El día de la bestia y La comunidad, selección en la que vuelvo a demostrar mi originalidad).

Razones por que no:

1. Ese mismo tufillo a algo ya visto en películas anteriores de este cineasta. Lo siento, pero, más que ser repetitivo en lo que se sabe que agrada al público, hay que innovar e intentar sorprender un algo desde este referido déjà vu.

2. El guión sufre unos cuantos altibajos de tensión, incluso en los momentos en que la paranoia de los protagonistas (el Payaso Tonto y el Payaso Triste), exige un pandemónium desbocado de violencia sangrienta.

3. La manía de este director de condenar a sus explosivas protagonistas femeninas (en este caso, Carolina Bang) a sufrir vejaciones continuas y a entenderlas como personajes con un encefalograma terriblemente plano y cuyas únicas motivaciones son el sexo, el dinero y la dependencia del macho dominante. ¿Tan mal le ha ido en el terreno sentimental que, de esta manera, se venga del eterno femenino?

En fin, que como opción de entretenimiento la película está bien diseñada (muy encomiable la estética adoptada) y te provoca amargas carcajadas. Como ya apunté en otra de mis aficionadas críticas cinematográficas, mi admirado Valle-Inclán ha encontrado en muchos de nuestros realizadores a los mejores seguidores (con aciertos y desaciertos) de su propuesta esperpéntica.

Otro día os contaré cómo se ha desarrollado la película de mis primeras vacaciones navideñas en Granada.

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