sábado, 14 de marzo de 2009


MAS NO SÉ
POR QUÉ ESTE TORBELLINO DE IMÁGENES
ME DEVUELVE SIEMPRE
AL MISMO PUNTO DE PARTIDA.
(LOUIS ARAGON)

Un rincón de Siena, grúa incluida. El atardecer de la Toscana -¡ese azul!- indescriptible.

Otra ración de lo que escribo. Es un fragmento de un relato intranscendente que, en su momento, llamé Flores para Marlene. ¡Ay, cuánto le debo al maestro Fellini!

Marlene me regala sus protuberancias con el gesto cómplice de quien comprende que el público, por mucho que se le provoque, no se atreverá a subir al escenario. Inclinada a mi lado, respira pausadamente. Su pecho gime intentando escapar de la cárcel que lo retiene contra su voluntad. La fragancia de sus miembros acaricia mis sentidos. Una gotita de sudor, como agua de rocío, se pierde entre las cumbres vírgenes.

Marlene descubre mi mirada extraviada. Yo me sonrojo de inmediato. Sus labios carnosos y tentadores escabullen una retahíla de incomprensibles letanías. Después, el silencio campea orondo, mientras se burla de este hombre acongojado por el poderío de unos senos turgentes.

Una imagen se apuntala en el recuerdo: trae a mi sobada memoria la ocasión en que, siendo yo un niño con apenas cinco años recién cumplidos, paseaba de la mano de madre por un parque. Allí, un encorvado anciano de barbas erizadas vendía globos de todos los colores, tamaños y formas. Por supuesto, yo me obsesioné con el más enorme: una imperfecta esfera rojiza que decidí poseer a cualquier precio.

A esa edad, y pocos lo negarán, se ignora el valor de la propiedad o, mejor, se considera que absolutamente todo nos pertenece, aunque lo óptimo, para vanidades propias y ajenas, reside en apelar a la mediación maternal rogando la eterna bendición. De esta manera ambas partes quedan satisfechas: el niño, feliz y contento con lo que es suyo por derecho natural; la madre, congratulada y alborozada de alcanzar la luna por su retoño.

No obstante, un gran número de progenitores desconoce estas reglas del juego, ya por que jamás les iniciaron en los arcanos de dicha mística, ya por que sencillamente no les interesa. Entre unos y otros, existen diferentes comunidades de postulantes. Madre pertenecía a la Secta de los Hipotéticos: sólo accedía a mis deseos cuando yo cumplía sus condiciones.

- Si eres bueno, si te portas bien, tendrás el globo.

Mi comportamiento, por lo visto, cotizaba entonces al alza en el mercado y, al cambio, parecía una moneda muy fuerte. Así que obedecí a madre y fui bueno. Tan sólo pisoteé un par de palomas y sacudí a un estúpido de tres años que pretendía robarme el columpio.

No hay comentarios: