martes, 2 de diciembre de 2008


MI PENITENCIA DEBA A MI DESEO,
PUES ME DEBEN LA VIDA MIS ENGAÑOS,
Y ESPERO EL MAL QUE PASO, Y NO LE CREO.
(FRANCISCO DE QUEVEDO)

Prometí comentar el desarrollo de la XXII Semana de Cine Español que ha tenido lugar en el Gran Teatro de Manzanares, y aquí expongo mi opinión. Dejo ya de lado una cuestión que resulta inveterada: la pésima acústica del recinto en cuestión (que no cuestionable local) en lo referente a proyecciones cinematográficas, lo que unido al hecho de que muchos de nuestros actores y actrices continúan sin saber vocalizar, provoca la imposibilidad de que captara muchos de los diálogos que sirven de soporte (a veces insoportable) a estos largometrajes. Pero vayamos con los filmes disfrutados (o padecidos).

Una palabra tuya es una película basada en la novela homónima de Elvira Lindo. Dirigida por Ángeles González-Sinde, nos presenta la vida de dos mujeres: Rosario (Malena Alterio) y Milagros (Esperanza Pedreño), dos seres corrientes que creen que no merecen la felicidad. El argumento acaba por ofrecernos una tragicomedia de desiguales intensidades, en la que pesa la circunstancia de que Esperanza Pedreño recuerde continuamente el personaje que la ha hecho famosa, la Cañizares de Cámera Café. Por lo demás, Una palabra tuya es una película que se ve con agrado y que se olvida fácilmente.

Sangre de Mayo, dirigida por José Luis Garci, es otra película basada en textos literarios, en este caso partes significativas de los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós, uno de mis intocables. Y si en su día el resultado de otro proyecto idéntico, El abuelo, me pareció digno y respetuoso con el Garbancero, ahora Sangre de Mayo se me antoja un fiasco de cartón-piedra; una película larguísima en la que no te crees nada de lo que sucede en pantalla; en la que se idealiza tanto el Madrid de comienzos del siglo XIX que huele a chamusquina; en la que hay más desaciertos en la selección de actores que luminarias interpretativas; y de la que se desprende un tufillo propagandístico (ojo a los títulos de crédito finales, que recogen lugares y ambientes del Madrid actual). En definitiva, un alarde huero de todo arte cinematográfico, plagado de franceses a caballo y de extras que mantienen continuamente la sonrisa aunque los agujereen a sablazos. Tan sólo salvo el trabajo de dos actores de solera, Miguel Rellán y Tina Sáinz, que se meten en la piel de dos personajes muy galdosianos, los tiránicos y avaros hermanos Requejo.

El patio de mi cárcel es otra historia de mujeres, en este caso de unas presas que, gracias a la ayuda de una funcionaria inadaptada (Mar-Candela Peña), comenzarán a valorar por medio de un Taller de Teatro lo que significa la libertad. Bien interpretada en general por todo el elenco femenino, en el que destaca la protagonista (Isa-Verónica Echegui), tan sólo se puede achacar a su directora, Belén Macías, que el guión ofrece algunas lagunas y una desigual tensión dramática.

Camino, de Javier Fesser, es un cuento malévolo en el que todos sus protagonistas son víctimas, incluidos los arquetípicos ogros de esa orden religiosa que actúa en la oscuridad. Un potente guión, basado en un paralelismo argumental, sustenta la labor de unos excelentes intérpretes: una estupenda Nerea Camacho (todo un descubrimiento) como sufrida y resignada cenicienta; una excepcional Carme Elías como madre convencida de que obra correctamente ahogando cualquier esperanza de existencia ajena a los imperativos de sus creencias religiosas; y, sobre todo, un magnífico Mariano Venancio como padre espectador y pasivo de un mundo que no controla y que lo devora hasta convertirse en víctima propiciatoria. Sin duda, el mejor largometraje de esta selección, una cinta que desarrolla una historia que a nadie deja indiferente y que conviene visionar con la mente muy fría.

Finalmente, Los girasoles ciegos, de José Luis Cuerda, me resultó decepcionante. ¿Qué se puede decir de un drama que provoca continuas risotadas en el público y que logra que el climax trágico se diluya? No pongo en duda el trabajo actoral de Javier Cámara y de Maribel Verdú, que se esfuerzan por dignificar a sus personajes, pero la interpretación de Raúl Arévalo como diácono de conducta disoluta me pareció tan cómica, que malhiere el concepto y la pretensión original del filme. Para nada emotiva, esta película, que venía avalada de excelentes críticas, generó en mí una sensación de intento fallido. Tal vez la solución se encuentre en definirla como comedia con final trágico.

En resumen, una semana de cine con más sombras que luces. Vamos, la eterna historia de la cinematografía española.

1 comentario:

Blogos dijo...

Me parece todo muy bien y muy bonito,el perro tambien.
Un cordial y excelentísimo saludo muy formal.
los blogos