viernes, 23 de mayo de 2014

UNA TRAGEDIA PUEDE LLEGAR A SER
EL MAYOR DE NUESTROS BIENES
SI NOS LA TOMAMOS DE UNA MANERA
QUE NOS PERMITA CRECER.
(LOUISE HAY) 

La nueva reinvención del mítico monstruo japonés en el filme Godzilla, del director británico Gareth Edwards, puede provocar sentimientos encontrados.

Por un lado, es innegable que, aparte de las conexiones con Monstruoso (2008), dirigida por Matt Reeves o Monsters (2010), obra del mismo autor que este Godzilla, quienes hayan visto alguna de las películas originales (entre los que me incluyo, pues son referente de los cines de verano de mi infancia) disfrutarán durante el proceso de reconocer la más que cacareada afinidad con estos largometrajes. De estos referentes, destaco de forma especial la herencia en el diseño del monstruo y de los decorados urbanos, la dualidad moral que se desprende del comportamiento de la bestia (¿es bueno o malo?) y, cómo no, el actualizado transfondo de enseñanza ecológica (un punto en común con otros productos cinematográficos catastrofistas actuales). Y si me preguntáis con qué escena me quedo, me impactó la que se desarrolla en unas vías ferroviarias.

Por otro, también es cierto que hay tramos argumentales, dentro de la película, que se antojan aburridos e insufribles y que la carga del mensaje familiar (algo también compartido con otras películas contemporáneas) a mí, particularmente, me sobra.

Y termino admitiendo que el Godzilla lagartija, que en 1998 dirigió Roland Emmerich, hoy tan denostada, a mí me resultó entretenida al entender que no había que pedirle más a una película que responde a los esquemas propios de un determinado cine.

Dicho esto, ¡hasta pronto! 

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