CADA INSTANTE DE LA VIDA
ES UN PASO HACIA LA MUERTE.
(PIERRE CORNEILLE)
(PIERRE CORNEILLE)
Indudablemente (y no es la primera ocasión en que lo afirmo) Clint Eastwood sabe crear cine. Y con su último largometraje, Más allá de la vida, vuelve a recordárnoslo ofreciéndonos una cinta de elevada pureza y de milimétrico desarrollo argumental. Pero, si comparamos este trabajo con otros, es indudable que la sensación que nos asalte es la de que le falta emotividad.
Después de un espectacular arranque (la secuencia impactante del tsunami), el filme deriva en el planteamiento de tres historias que tienen lugar en tres ciudades distintas (San Francisco, Londres y París: por cierto, ¿a qué se deberá la belleza de los escenarios de los planos europeos y la húmeda frialdad del escenario norteamericano?). Y, así, y con el previsible razonamiento, por parte del espectador, de cuándo los tres personajes principales coincidirán transcurre el metraje de la película hasta el poco sorprendente desenlace.
Este hecho de algo más que conocido no resulta novedoso en Eastwood (ya me ocurrió al ver Million dollar baby, Gran Torino o Invictus, por ejemplo). Y me agradó, por supuesto, que el realizador supiera contarme una historia sin engaños ni golpes de efecto. No obstante, insisto en que, con esta última muestra de su genio, no me he emocionado a pesar de que el tema lo propiciaba. Todo lo que me obliga a cuestionarme si el realizador se habrá propuesto ofrecer este clima distante y helado. Entonces, no podré objetarle nada.